Cada año, al comenzar noviembre, los colombianos, en los círculos relacionados con el mundo del estilo y la moda, centraban su atención en las representantes de cada departamento en el Concurso Nacional de Belleza. Desde Septiembre, la revista Cromos elegía para sus portadas, en el llamado Minicromos, a las que ya sonaban entre los conocedores de cada departamento. Ahí comenzaban la especulación, los pronósticos, la tensión. Un despertar de una pasión regional.

Luego, la televisión hacía su parte, en el tema de calentar motores, con informes especiales, realizados con detalle y compromiso, de las representantes de cada región. Se hacían minidocumentales en los que se podía apreciar a las reinas en su entorno, en su geografía y, sobre todo, en su cultura, pues formaba parte del
patrimonio de cada departamento el hecho de apoyar a su reina.

La negociación con Leonisa, la marca patrocinadora, comenzaba muy temprano, cada año, para lograr el mayor impacto, así como esa dosis de glamur y misterio que le daba Jolie, la marca de maquillaje que marcó historia con María de Chávez y que le agrego un ingrediente de estilo muy personal al certamen. Hasta el jingle estaba en el top of mind de los colombianos.

Al llegar noviembre, la ocupación en Cartagena colapsaba. Se veían aviones, carros y buses con cientos de visitantes que formaban las comitivas que apoyaban a sus representantes. Y los periodistas, un enjambre, representantes de todos los medios grandes, medios pequeños, hacían un esfuerzo enorme para llegar, porque la gran noticia estaba ahí.

Todos los comunicadores se agolpaban en lugares cercanos a donde se podía apreciar a las reinas, siempre rodeadas por un velo de misterio. Cada uno de los eventos era un verdadero reto porque las chaperonas siempre han hecho un trabajo extraordinario, los periodistas preparaban preguntas ingeniosas para lograr la chiva y los grandes medios invertían en celebridades para que hicieran los pronósticos y termómetros, todo al calor de las fiestas de San Martin. Las transmisiones de televisión eran espectaculares, con los maestros de ceremonia de mayor trayectoria y con un acceso restringido a los camerinos y a la intimidad de las participantes.

Este año el reinado se convirtió en un reality de aparente bajo presupuesto, que alcanzó para cubrir los publirreportajes de las marcas patrocinadoras. Eso dio como resultado un formato débil de contenido que no mostró nada de lo que significa el hecho de que una reina represente una región. No las vimos ni con los wuayús ni con los arhuacos, ni en la zona cafetera, pero sí modelando, cocinando o convirtiéndose en la burla de las presentadoras que se reían de su forma de leer el teleprompter, como si no supieran que a ellas mismas les requirió un entrenamiento de varios años y muchos regaños.

La transmisión fría, el hecho de que se pudiera ir de guayabera y sin medias a la ceremonia, le restó elegancia. Cuatro cantantes de buena factura que interpretaron, sólo una canción y la música de fondo de los desfiles, éxitos del pop contemporáneo. La escenografía, una copia del Miss Universo de hace unos años. Se sintió la falta de folclore, faltó ese misterio que rodea a este evento que, a diferencia de Miss Estados Unidos, exalta la unión nacional con la figura de una reina.

Escrito por: Sergio Barbosa