Soy de Bogotá, aunque siempre pongo por delante que mi origen es santandereano. Definir cómo es el bogotano tradicional resulta complejo, pero digamos que podría encontrarse, entre los nacidos en la ciudad, una especie conocida como los “cachaquis sabanis”, que se caracterizan por ser más ingleses que los ingleses, porque todo les parece lobo y porque presumen de bailar buen merengue.
En realidad esa historia del estilo cachaco viene de todos los jóvenes que lograron salir del país, a comienzos del siglo pasado. Pero si bien es cierto que nos las damos de europeos, nuestro origen étnico es más muisca. Somos de pelo negro, liso y de color trigueño. Los blancos vienen de Santander o de Antioquia; los turcos, de la costa; y los afrodescendientes, de la orilla del mar. Tal vez por eso, hoy no podemos hablar de un estilo bogotano, porque somos una fusión y tenemos unas costumbres adquiridas.
Todos los que nacimos en Bogotá crecimos con La Mega, fuimos de rumba a La Calera y amamos salir a Melgar, a Peñalisa, a La Mesa de Yeguas o a El Peñón, si buscamos calor. Todos hemos pasado por la Nariz del Diablo y hemos comido quesillo del Tolima mientras nos pican los insectos.
Todos nos reconocemos porque no concebimos los zapatos sin medias, ni siquiera en la costa, y porque nos gusta más la papa que la yuca. Nos encanta salir a las fiestas de negro, así es, y así suene absurdo, una rumba de quince años en Bogotá, en “Cuadra Picha”, la 82 o Andrés D.C., es una mancha negra gigantesca.
A todos nos da por sacar el carro los sábados y somos campeones en hacer trancones monumentales. Cuando viajamos a las ciudades intermedias, sentimos que estamos llegando a provincia. Hasta que vamos a una ciudad como Nueva York o Buenos Aires y nos damos cuenta de lo pequeños que somos.
Lo que hay que decir es que Bogotá sí tiene la mejor discoteca del país, se llama Theatron. Un complejo al que llega un cardumen de personas detrás de su buena música y su barra libre. Tenemos San Andresito, donde todo es a mitad de precio o San Victorino, a la tercera parte.
Bogotá es una ciudad en la que es posible ver a la farándula local en cuanto evento existe, día tras día, y donde se concentra el mayor número de estudiantes del país, así que siempre hay juventud.
Los cachacos se están extinguiendo. Cada vez hay menos que sepan hacer ajiaco con las tres papas, las guascas y las alcaparras; que disfruten el canelazo; que vayan a acampar a los embalses o que pasean por Chapinero, donde se puede conseguir prácticamente lo que uno quiera. La diversidad de estilos también se hace presente en los barrios y las localidades, pero para llegar a todas hay que conocer las rutas de TransMilenio.
El bogotano contemporáneo tiene un acento de niño consentido. Todo le choca, todo le parece de mal gusto. En esencia, es una persona que anda sola, no es de grupos, cada uno es consciente de que en esta jungla de concreto hay que aprender a defenderse, pues es la ciudad de todos y de nadie, a la que cada vez que pierde Millonarios, le rompen una estación de bus; en la que se “grafitea” todo, no importa si es una pared de hospital o una escultura de Botero. A donde llegan a vivir todos los días emigrantes de otras ciudades en busca del sueño capitalino.
Pero la mejor descripción de la ciudad me la dio mi amiga, la modelo Mara Roldán, que vivía en Miami, me dijo: “Miami es a color y Bogotá es en grises”.
Escrito por: Sergio Barbosa