Hablamos con Carolina Rubio, la mamá de uno de los mejores ciclistas del mundo, Esteban Chaves. En esta edición, dedicada a las madres, nos cuenta cómo, a raíz de una tragedia familiar, decidó dedicar su vida a la crianza de sus dos hijos, y fomentar en ellos la práctica del deporte como herramienta para mantenerlos alejados de vicios y de malos pasos.

Esta y muchas otras frases que escuché esa mañana, daban cuenta de la clase de madre y de persona que tenía al frente, un ser que no dudó en vivir por y para sus hijos. Hoy, gracias a ese amor y a ese apoyo, toda Colombia puede disfrutar del talento de Brayan y de las alegrías que, con sus actuaciones, nos ha dado Esteban «el Chavito» Chaves.

Carolina Rubio es la cuarta de cinco hijos que tuvieron doña Amparo Blanco y Don Francisco Rubio. Nació y creció en un barrio tradicional bogotano, el Minuto de Dios. En el año 1988 se casó con el hombre de su vida, Jairo Chaves, tres meses después de haberlo conocido en una buseta, fue lo que ella llamó amor a primera vista. Al poco tiempo quedó embarazada de su primer hijo, Esteban. Hoy, uno de los mejores ciclistas del mundo y el orgullo, no sólo de la familia Chaves Rubio, sino de más de 48 millones de colombianos. Doña Carolina nos recibió a las 9 de la mañana en la casa que les regaló “el Chavito” a ella y a su esposo, en Tenjo, Cundinamarca. Vistiendo un saco de algodón azul oscuro, pantalón de dril, del mismo tono y unos tenis, nos abrió la puerta ofreciéndonos la marca registrada del hogar, la sonrisa.

Nos invitó a pasar y después de la presentación de rigor, empezamos a platicar de Esteban. Acostumbrada a hablar de su hijo, nos comentó, con elocuencia, cómo fue su infancia en los barrios Villas de Granada y Bolivia, y aprovechó para desmentir tantas cosas que alrededor de la figura de “el Chavito” se han hablado equivocadamente.

Cuando se refiere a la niñez del gran Esteban Chaves, su rostro se muestra apacible y su voz se torna serena, sabe que, en cuanto a crianza y a educación, fue la mejor mamá. No le gusta que comparen a sus hijos, pues tiene muy claro que cada uno debe recorrer su propio camino.

Se describe a sí misma como una mamá alcahueta, pero reconoce que su papel en la educación de Esteban fue con base en la disciplina y en la búsqueda de la excelencia. No en vano, le arrancaba las hojas de los cuadernos cuando faltaba una tilde o se salía de la margen del cuaderno. «En la vida no puedes ser un mediocre», le decía.

A raíz de la muerte de su hermano Gustavo, por culpa de las drogas, Carolina tomó la decisión de estar de lleno en la crianza de sus dos hijos. Junto a su esposo, coincidieron en que la práctica del deporte era la mejor manera de mantener a sus hijos alejados de los vicios del alcohol, del cigarrillo y de las drogas.

«ME SIENTO UNA MUJER REALIZADA, NO ASISTIR A UNA UNIVERSIDAD NO FUE UN SACRIFICIO PARA MÍ PORQUE MI PROFESIÓN SON MIS HIJOS Y MI GRADO LO ESTOY RECIBIENDO TODAVÍA»

Durante casi toda la charla la expresión en el rostro de doña Carolina no cambió, hasta que recordó que sus hijos, hace menos de 6 meses, «dejaron el nido».

«Esteban me tenía acostumbrada a la ausencia, hacía una que otra llamada y luego tomó la decisión de independizarse. Le dije, bueno, es tu momento, hazlo, vete… Lo esperaba (sonríe), solo o con compañera, lo esperaba, porque siempre ha sido muy independiente. Pero cuando Esteban dijo: “¿brother te vas conmigo…?».

Su rostro se transformó, respiró hondo y soltó una gran cantidad de aire, como recordando con dolor ese momento. Sus ojos se encharcaron, pero contuvo las lágrimas… «Yo esperaba que Brayan dijera NO, y dice sí, me voy… Duele, pero es un dolor bonito, no es ese dolor de que está mal, o no va a poder. Sé que mi trabajo estuvo bien hecho y que ellos dos van a estar bien, porque van a saber hacer las cosas, no se van a dejar morir de hambre ni morir de mugre; entonces puedo decir que cumplí, cumplí con lo mío, puedo ponerlos de frente ante el mundo y decir que tuvieron MAMÁ».

Para esta orgullosa madre, más allá de cualquier etapa, carrera o título, su mayor satisfacción pasa por la recuperación que tuvo “el Chavito” después de la grave lesión que sufrió y que afectó todo su brazo derecho. Después de varios meses, donde no se veían muestras de recuperación, Esteban, y en general toda la familia Chaves Rubio, cuestionaron los motivos que tuvo Dios para enviar tan dura prueba. Con la sabiduría que solo un padre y una madre pueden recoger de una situación tan difícil, entendieron, después de pasar por la rabia y la frustración, que no hay un porqué sino un para qué y que el tiempo de Dios es perfecto. Esteban estaba muy indiferente, la vida le daba lo mismo y algunos resultados muy buenos en carreteras de Europa, y en un mundial, dónde terminó sexto, no tuvieron relevancia para el ciclista colombiano. Dios se encargó de aterrizarlo de la peor forma.

Como es costumbre en este hogar, la familia salió fortalecida y con mayor temor de Dios. Esteban aprendió a valorar más su salud, sus triunfos y a su familia, a la que le pide que, en caso de que sus pies empiecen a flotar, lo bajen inmediatamente, antes de que Dios lo haga.

Al final de la entrevista, doña Carolina llora de alegría y pierde casi por completo la voz al contar cómo, al frente de un computador, vio llegar a Esteban en la primera posición en una etapa del Tour de California.

«Yo tenía en mi cabeza que el brazo lo tenía inmóvil y me preguntaba, ‘cuando llegue ¿cómo va hacer?…’ Cuando veo que, efectivamente, llega a la meta y se pone erguido, se suelta, se bendice y levanta el brazo… Yo miraba el computador y decía, ‘uno se bendice con la mano derecha’ (llora), me ponía al contrario del computador y decía, ‘él no lo hizo con la izquierda, fue con la derecha’ y sé que agradeció a Dios, no por el triunfo que había conseguido, sino porque su brazo se había recuperado».

Escrito por: Wilmar Montes