Valora tu imperfección, celebra tu capacidad de equivocarte y resurgir, vuélvete cada día más humano y verás cómo florece en ti la felicidad.

En muchas ocasiones escucho a la gente decir que sueña con encontrar a su amor ideal, una casa perfecta, o ser el trabajador sin fallas o el padre sin errores. Cada vez que oigo esto me pregunto, ¿será posible que encontremos la felicidad el día en que alcancemos la perfección y todo eso que hemos soñado durante años? Y siempre llego a la misma conclusión: no.

La felicidad tiene mucho más que ver con sentirnos satisfechos con lo que tenemos que con buscar satisfacer sueños idealistas. Esto no quiere decir que no haya que soñar en grande, simplemente se trata de valorar lo que tenemos en el presente en lugar de creer que el bienestar está en otro lugar o que lo poseen otros.

Si no eres feliz con lo que tienes, tampoco lo serás con todo lo que te hace falta, es así de sencillo. Y este principio no solo funciona para las cosas que poseemos,  se aplica también a nuestro auto-concepto. Aprende a valorar quien eres, descubre todos los potenciales que dejaste abandonados el día en que te convenciste de que ser alguien más era la solución a tus problemas. Comienza a ser feliz con la persona que eres, porque no es posible que alguien sea feliz si no se acepta en su totalidad, con sus virtudes y defectos.

Siempre que alguien se enfoca en alcanzar la perfección, en satisfacer estándares que otros le imponen, en alcanzar metas ajenas o ideales abstractos, se frustra. Esa persona está invirtiendo toda su energía vital en ver lo que no tiene, en intentar encajar en un molde para el que seguramente no fue hecho. Si en lugar de eso pudiera reconocer y valorar su lado humano; si encontrara en sus carencias una oportunidad para dejarse ayudar; si se permitiera ser quien es, llorar sin vergüenza, abrazar a quien ama, caminar descalzo, decir lo que piensa, ¡cómo cambiaría su vida! ¡Cuánto más cerca estaría de ser feliz!

Vinimos al mundo para ser felices, no para ser perfectos. La vida no es una competencia, es una fiesta. Entre más satisfecho te sientas contigo mismo, más amable verás tu entorno y juzgarás con menos fuerza la imperfección de los demás.