Comparte, junto a nuestro columnista, Sergio Barbosa, su experiencia en el Reinado Internacional del Café.

Cada concurso tiene sus fortalezas y sus debilidades, su origen y su razón por la cual se realiza. Estuve cubriendo el Reinado Internacional del Café, en el marco de la Feria de Manizales. Tuvo una muy buena organización y bellas representantes de diversos países y continentes, lo que le da categoría.

De la misma manera en la que se organizan los eventos, los certámenes deberían ser exigentes con los jurados. Muchas veces he sido parte de esas mesas y he notado que no se lleva un control para calificar, como debe ser, y, generalmente, se hace poniéndose de acuerdo para no entrar en discusiones, eso, a su vez, hace que, muchas veces, el premio suene a rosca, porque también existen conflictos de interés, lo que lleva a que se den resultados que llamamos normalmente “palos”, es decir, que gana la reina con menos atributos.

Son muchos factores los que provocan estas situaciones, casi nunca el público queda contento con las elecciones, pero las reinas son el mejor pretexto. No hay sino que pensar en lo triste que se sintió Cartagena cuando decidieron hacer Señorita Colombia en Medellín, a puerta cerrada, lo que dio como resultado el peor rating de su historia. Afortunadamente, la organización decidió hacer el concurso en noviembre y, con la televisión pública unida, lograron un rating muy alto, con lo cual lograron motivar nuevamente al país y a las fiestas de Cartagena.

Fiestas sin reinas no pegan, lo mismo que reinas sin fiestas, y aquí elegimos a la soberana del banano, a la de la panela, a la de la guayaba, a la de la uva,  a la de la ganadería y siempre es lo mismo, solo cambian la región, el presupuesto y la fiesta.

La reina del carnaval es otra categoría, es la autoridad máxima de la fiesta que decreta bailar hasta que el cuerpo resista. A esta reina la eligen por decreto y, generalmente, pertenece a las familias que pueden costear sus lujosos vestidos. Lo ideal sería que los jurados de cada certamen fueran elegidos para hacer un trabajo responsable. También sería importante que los medios les dieran la importancia a esas fiestas que, muchas veces, son el gran momento de un municipio, y que las alcaldías y gobernaciones no le metieran goles a la facturación para lograr beneficios personales.

Tal vez debería existir una auditoría de fiestas y reinados para lograr que esta tradición, que enriquece a nuestro país, permanezca vigente en las nuevas generaciones que cada vez están más apáticas a este tipo de actividades, precisamente porque las fallas hacen que vayan perdiendo credibilidad, y nada es más opcional para el público que el entretenimiento.

Sergio Barbosa