No ha pasado mucho tiempo después de haber vuelto a mi colegio, el suficiente para sentir un poco de escalofrió combinado con un poco de emoción y, a la vez, una mezcla de sensaciones encontradas.

Diez años han pasado rápido y la vida de cada uno de mis compañeros ha cambiado rotundamente. El colegio se mantiene intacto, la misma estructura, los mismos árboles, en el mismo lugar se encuentra la cafetería. Pareciera que allí el tiempo se congela, nada envejece, todo se mantiene intacto, hasta los recuerdos. Mi visita fue corta, pero sustanciosa, una buena experiencia que debería usted realizar para viajar en el tiempo y reencontrarse con los buenos años escolares.

Ese día me encontré con uno que otro profesor que me dictaba clase: mi adorada profesora de química y mi no tan querida profesora de inglés estaban juntas, hablando con un café en la mano, y, al verme, me sonrieron y me dijeron a la vez: “Qué milagro verlo por acá”, a lo que felizmente respondí: “A ustedes nunca les pasan los años, están igualitas”. Y es verdad, la gente que trabaja en el colegio no cambia, todos utilizan el mismo estilo y peinado de siempre, siguen siendo esas personas que uno respeta y, en el fondo, quiere.

Un paso obligado es el patio del descanso. Perdón por ser repetitivo, pero los mismos árboles que plantamos en las “horas sociales” estaban allí, aunque, obvio, un poco más grandes. Construyeron un quiosco en donde jugábamos “fuchi” con mis amigos, en la cafetería ya no está don Jorge, pero sí, en su reemplazo, dos muchachos que tenían organizada la cooperativa como si él aún estuviera administrándola. Por otro lado, algo que sí me causó curiosidad es que en donde se encontraban parqueados los buses de los 80, que en mi época aún estaban en servicio, ahora hay un vivero. La experiencia que viví visitando mi colegio me ayudó a entender que el corazón siempre se queda en los lugares en donde uno como persona ha habitado. Las emociones brotan y hacen que me sienta orgulloso de mi educación, de todas las cosas buenas y no tan buenas y de saber que este lugar siempre ha sido y será mi casa.

Con el paso del tiempo he entendido que cerrar ciclos es culminar un proceso en donde hubo esfuerzo, tareas y muchas evaluaciones de trigonometría perdidas; que física y química no eran tan malas como las pintaban, y que en inglés, lo más importante no era saber pronunciar sino entender la fórmula en las oraciones sencillas: sujeto + verbo + complemento.

No se pueden olvidar aquellas izadas de bandera en donde se bailaba, ‘obligado’, un popurrí de música folclórica de nuestro país.

Por: Luis Vásquez